El maestro de la fantasía Hayao Miyazaki es experto en crear universos que se gestan en las profundidades de la imaginación. Este es el caso del Reino de los Espíritus de la película El Viaje de Chihiro, producida por estudio Ghibli; cuando nos adentramos en la misteriosa casa de baño de la bruja Yubaba parece que deambulamos por los recónditos pasillos de nuestro subconsciente.
Aquí la realidad no solo es escasa, también es ilógica. Baños termales para dioses hediondos, un bebé de tres metros, humanos que se convierten en cerdos, una mosca con pico de pájaro que carga a un ratón, cabezas que saltan como pelotas, ranas que hablan, un anciano con seis brazos, y podría seguir con la lista de elementos tan surrealistas que a simple vista podrían parecer absurdos y ordinarios.
Pero Miyazaki es un verdadero genio al momento de combinar estos elementos y consigue que la irracionalidad sea la piedra angular que evita el colapso de este conglomerado de insensatez. Al ubicar su mundo en una dimensión alternativa, se genera una mayor flexibilidad con respecto a la lógica. Sin embargo, la maestría del autor no se limita a esto, él tiene un propósito profundo para dinamitar la realidad de esta manera tan abrupta.
Cuando el telón de la realidad cae, el espectador busca desesperadamente sujetarse de algo real y en un escenario donde cada elemento es más absurdo que el anterior, no queda más remedio que sujetarnos a nuestro ser y observar hacia adentro. Esta obra se vale de un fuerte lenguaje simbólico que nos lleva irremediablemente a interiorizar y cuestionar ¿quiénes somos? ¿cuál es nuestro verdadero nombre?
Utilizamos la fantasía surrealista cuando queremos confundir la mente del lector para ubicarlo en un estado de reflexión que le permita procesar enunciados filosóficos. También cuando queremos esparcir grandes cantidades de magia sin tener que dar ningún tipo de explicación. Si bien lo creíble está fuera de rango de este género, hay que tener cuidado de que la información sea comprensible.
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